miércoles, 20 de abril de 2011

René Peña: ¿De lo simple a lo complejo o viceversa?





“…soy como soy y no como quieren que sea”
René Peña.



José Martí dijo en Darwin y el Talud que “El viaje humano consiste en llegar al país que llevamos escrito en nuestro interior y que una voz constante nos promete”. La clave, no todos tienen la dicha de encontrarla y muchos deben conformarse con la triste realidad de pernoctar frente al espejo, de vivir de una imagen otra.

¿Qué gracia tendría si todos fuésemos iguales? Además, pudiéramos preguntar: ¿Por qué Dios no creó al hombre de un solo color? ¿Racismo? ¿Ganas de ponerlo todo más difícil? ¿O acaso solo una estrategia para hacer las cosas más divertidas, complicadas, o absurdas? El creador caribeño rediseña su identidad, consciente de que es un ser mestizado y criollizado. Lo hace hoy con una actitud reflexiva mayor, propia de una voluntad más abierta en todos los sentidos en cuanto a las técnicas, el lenguaje y el soporte.

René Peña (Pupi), quien nació en la mayor de las Antillas, es resultado también de esta hibridación que es el Caribe. Creo que por aquí hay que empezar para hablar de un fruto de esta época, proveniente de una isla llena de eufemismos y contradicciones. De lo contrario estaríamos contando la historia de Zampanó sin Gelsomina, de Ariadna sin el hilo.

La obra de Peña establece códigos muy personales. Es un auto paradigma al ser sujeto en su obra, que es un proyecto de principio a fin. Él mismo como soporte, como objeto para ser analizado. Convirtiéndose en un todo y en sí mismo: el cómo soy y de dónde salí, lo ubica su entorno político, social y religioso. Para ello eliminó lo que lo hacía diferente a los demás para mostrar lo común. La condición del individuo dentro de la sociedad que está ligado obligatoriamente a la manada sin más opción.

“Yo no tengo otro yo. Cuando estoy trabajando no soy yo, no soy yo ahora, un después, un antes. Soy un tipo ahí ¿Qué importa cómo te llames y quien eres tú, o yo?” El todo visto a través de lo uno, con una propuesta original que nos provoca, nos incita, nos invita; con una gran carga erótica. Erotismo que tiene que estar presente, pues es un “negro de la Habana”, como él dice, que anda por la ciudad, dentro del mundo de la ciudad desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana.

Peña va transitando varios caminos, partiendo primeramente del mundo que lo rodea, que puede ser el de cualquiera. Con su serie Interiores o Hacia Adentro (1991-93) nos muestra el hogar humilde de la clase trabajadora, donde transcurre su niñez. El hombre adaptado a un espacio pequeño, a ese que le tocó, atiborrado de elementos, con una convivencia múltiple, a la que se adapta sin remedio. Situación muy común en nuestro país, donde cohabitan varias generaciones bajo un mismo techo.

Luego ya comienza a formar parte primaria de la historia. Como lo hace en la serie El cocinero, el ladrón, su mujer, su amante y el Quijote (1993-95.) También lo hace en algunas obras sin título donde unas veces se maquilla como una prostituta, en su afán de mostrar el mundo de estas mujeres, o jinetera como se le conoce en el argot popular. En otros casos, nos confunde un tanto su travestismo que en ocasiones consigue ser ambivalente, extrovertido, llegando a lo inauténtico, no como ineptitud o defecto, sino con todo propósito y como pretexto de lo que muestra. Así nos lo encontramos vestido como un ángel (negro), o poniendo huevos, o con un cuchillo a modo de pene, o en actitud narcisista.

En la serie Muñeca mía hay una dicotomía que aún y cuando se tiene a René Peña delante es difícil escudriñar. Sus encuadres bruscos, de gran síntesis desde el punto de vista visual nos muestran al hombre negro como un ser de complexión ruda, brutal y extrovertido, y en algunas ocasiones sensual y saludable dando una imagen acerca de la masculinidad. Nos muestra un hombre negro dotado de un apetito libidinoso y de órganos genitales de gran tamaño que aluden a un mayor grado de placer en la mujer. Esta ultima llama la atención en varios sentidos, entre otras cosas porque no es una modelo lo que utiliza, sino una muñeca.

Al ver esta muñeca blanca, con este hombre negro nos lleva a preguntamos si es que estamos frente a un problema racial. Sin embargo Pupi expresa: “[…] todo lo que está alrededor de mí es mujer, ojala pudiera estar todo el tiempo rodeado de ellas”. Pero esta mujer blanca es empequeñecida, fragmentada, tragada, digerida y envuelta en la áurea de un macho cruel, malvado. Yo lo resumiría más bien a un deseo de mostrar los prejuicios que persisten hoy en nuestra sociedad, en cuanto a una relación de pareja entre un hombre negro y una mujer blanca. Aunque creo que Peña va más allá: el deseo latente de rebelarse contra lo que te inculcan desde que abres los ojos: lo blanco es lo bueno, lo puro; y lo negro es lo malo, diabólico. Dice Peña que en lo que él hace no hay racismo, sólo quiere que: “[…] cuando alguien se refiera a una noche diga “blanca noche” y yo como negro me voy a sentir feliz, y seré racista otra vez”.

Como parte del cubano está lo sincrético, lo folclórico, lo popular, y la religión. De esta última, una de mas practicadas en Cuba aparte del catolicismo es la yoruba, heredada de nuestros ancestros africanos fundamentalmente. En la obra de Pupi no podía faltar este elemento tan común en nuestra sociedad. Encontramos así piezas en las que el artista nos muestra ciertos rituales como los signos esotéricos y elementos simbólicos de las ceremonias.

Más adelante en su trabajo notamos un vuelco. Man Made Materials es el viaje hacia uno mismo redescubriéndose, caminándose, habitándose en lugares propios imaginados alguna vez, y presentados ahora a gran escala. Primerísimos planos de toman como escenario una boca, una oreja, unos pies, unos pliegues que dejan notar años, o toda una historia. Estas obras de gran dimensión son toda una dicotomía que aplasta al mismo tiempo que engrandece.

El hombre como materia prima, no tiene nombre, género, identificación, idiosincrasia. Como materia prima nos convertimos en parte de los medios que nos envuelven, que nos dicen qué hacer y cómo hacer. Formamos parte de este sistema que es global, galáctico, violento. No somos más que un grano de arena, un pedazo de cielo, un bloque sobre el cual se camina y se construye alguna otra cosa. La simplificación de ese hombre cada vez más antropofágico, que se reencuentra constantemente con su identidad que creía perdida y se auto exhorta a andar un nuevo camino: el camino del yo.

René Peña da las coordenadas, solo resta empujar la puerta, dejar todo tipo de contaminaciones y entrar, el camino es largo y para recorrerlo completo cuesta. No obstante, nos ha dejado un rastro de años entre obra y obra como ventaja. Una vez que el hombre logra ser reconocido y aceptado vuelve a aparecer algo más novedoso aun, el momento en que se tiene que enfrentar nuevamente a la incomprensión. A pesar de todo esto no se detiene a descansar, o a escuchar aplausos, sigue, revoloteando las alas con su filosofía, asumiendo tempestades y venciendo abismos.

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